sábado, 5 de abril de 2014

El Whisky

Cuando entré, Griffin resultó ser un remanso de paz. La música jazz sonaba de fondo. Resultaba muy relajante. Con una mezcla entre vergüenza y miedo, me adentré más y más al fondo de aquel pub estrecho, pero hondo. Llegué a unos sofás aterciopelados y observé un pequeño escenario. En él, unos músicos tocaban sus instrumentos, en directo, creando el hilo musical que había escuchado al entrar. Hipnotizado, me senté alejado de los demás espectadores, observé y escuché a los músicos obrar su magia.

Una mujer se acercó y me preguntó qué iba a tomar. Miré la carta de bebidas. En ella, sólo había una gran variedad de cervezas y bebidas alcohólicas. No me decidía. La mujer me miraba expectante, con las cejas levantadas. “Póngame una Coca...”. Paré en seco. ¿Qué estaba haciendo? Estaba en un pub debía tomar algo de adultos. Miré la carta de bebidas de nuevo. Whisky, identifiqué entre las múltiples bebidas. Una serie de imágenes me vinieron a la mente: tipos duros en las barras de bares de mala muerte pidiendo la bebida más fuerte, la cual acababa siendo un whisky añejo; viejos detectives en el sofá de su casa sirviéndose un trago de su mejor whisky... “Yo ya soy un tipo duro”, pensé, “tengo 18 años”. Pedí un whisky a la camarera y ella me preguntó qué clase de whisky quería. En ese momento, me delaté: no tenía ni idea de qué tipos de whisky existían. Mi inmadurez me hizo decir: “El más fuerte”, como en las películas.

Al cabo de unos minutos, la camarera regresó y me sirvió el whisky. Ante mi tenía aquella bebida alcohólica tan famosa y tan fuerte. Ya no podía echarme atrás; tenía que bebérmelo. Lo miré. Tenía un color marrón claro, muy claro, ambarino. Cogí el vaso. Veía poca cantidad de whisky y mucho hielo. El vaso estaba helado. Lo acerqué a mi boca. Desprendía un olor parecido a la madera húmeda, como a bosque, con la brisa matinal después de una noche lluviosa. Finalmente, vertí el líquido en mi boca. Demasiado. El sabor amargo me llenó la boca. Me entraron ganas de escupirlo, pero no podía hacer eso. Cuanto más lo mantenía en la boca, peor. Con esfuerzo, logre pasar el trago por la garganta. Unos segundos después noté como me ardía el cuello y el pecho, por dentro. Dejé el vaso sobre la mesa y lo miré. Seguí mirando y escuchando a los músicos tocar y, cuando de nuevo tuve sed, miré el vaso. “Mejor espero a que el hielo se deshaga y se diluya un poco con el whisky”, me dije a mi mismo. Sonreí. “Supongo que en la vida no todo es como en las películas”.

2 comentarios :

  1. No sé si el autor llegará a leer este comentario, pero le hago saber que su relato es muy bueno, no necesita ser extenso para contar una historia interesante.

    Si estuviera frente al autor, tenga por seguro que estrecharía su mano.

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    1. Y yo no sé si el lector llegará a leer ésta respuesta, pero recibo de buen grado tu elogio. Quedo muy agradecido de tu comentario y me alegro de que te haya gustado.

      Y no me puedo despedir sin decirte que te devolvería el estrechón con energía.

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