Una mirada le bastaba. Una sola mirada
y todo su mundo daba vueltas. Los ojos color cobrizo de aquella mujer
se clavaban en los suyos y le cortaba la respiración. Con esa mirada
firme, incansable, se pasó la mano por la melena que enmarcaba su
rostro. El corazón le temblaba. Aquella mirada le provocaba temor;
era como el león que acechaba a su presa. Después, la mujer sonrió,
cogió su copa de champagne y le dio un trago. Sus sensuales labios
dejaron que una gota -una sola gota de champagne- se deslizara por la
comisura de los labios buscando el cuello. A pesar de que acabó su
trago, no se seco la gota que ahora se escapaba por encima de la
clavícula, hacia el pecho, en su avance hacia el interior de los
senos.
Entonces supo que el león había dado
ya su salto, que los colmillos se habían hendido en la carne de su
presa; descubrió, demasiado tarde, por culpa de una sola gota de
champagne, que su mundo se desmoronaba. Todo aquello que siempre
había creído, había sido una gran mentira. Que para bien o para
mal, se había enamorado de una mujer salvaje y sensual, de
movimientos felinos, que hacía que el día fuese la noche y, que
aquella noche, fuese el día. El día que descubrió que se había
enamorado. Azalea se había enamorado de una mujer.
Excelente microrelato ! Me encanta la prosa y me parece muy bien descrito. Lo mejor la metáfora del león.
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